Inteligencia distorsionada

Como a los 12 años, el desarrollo me traicionó mal y mi nariz (que ya tenía una forma extraña) quedó totalmente desproporcionada de mi cara. Mi mamá insistía en que yo era linda igual, incluso con esa nariz y un corte de pelo que ningún ser que se considere humano debería llevar (y que no les voy a contar en este relato). A pesar de que, a los 12 años, todavía creemos que mamá nos dice la verdad, la imagen en el espejo pudo más y se activó tanto mi sistema de defensa que a días de cumplir los 15 me hice la cirugía estética en el Hospital de La Matanza. Tema resuelto, adolescente feliz.

Sin embargo, con el calificativo de ‘inteligente’ no pasó lo mismo. Ese sí me lo creí (junto con otros como ‘muy sociable’) y lo cultivé. Algo de lógica tenía no?, sino era linda, no me quedaba otra que ser inteligente (o al menos parecerlo muy bien)!

Así fue como estudiar me resultaba natural, ningún examen me movía un pelo y mi seguridad académica era envidiable (hacía cosas como ‘escuchar Kiss en mi walkman’ justo antes del examen, mientras todo el resto utimaba detalles de lo estudiado y buscaba desesperadamente un adelanto de la pregunta difícil). Como además era muy sociable, siempre era la que ayudaba a estudiar al resto y la que hacía los trabajos prácticos sola pero ponía a todo el grupo en la carátula, entre otras trampas aplicables a la sociablidad y la inteligencia.

Tanto ejercicio para expandir la mente dio sus frutos, y al momento de ir a la Universidad parecía muy poca cosa estudiar sin trabajar, así que elegí adecuadamente una carrera que no se dictase en la UBA, y una Universidad que nadie más que yo, trabajando 9 horas, pudiese pagar.

En la segunda mitad de mis estudios de 5 años, se me reveló el primer planteo del ‘sinsentido’: “Trabajo 9 horas, encerrada en una oficina, para pagar la Universidad donde curso, 15 horas semanales, una carrera que me tendrá 9 horas encerrada en una oficina por el resto de mi vida”. No había premio o sí?. En mi pobre mente etiquetada con ‘inteligente’, el beneficio por semejante esfuerzo era el reconocimiento en sí mismo, y la aspiración era ‘ser gerente’ de algo para obtener aún más reconocimiento!. Todavía sostenía la creencia grabada a fuego por mi mamá y mi tía de que ‘sin un título no sos nadie’ y de que ‘sin un título no tenés oportunidades laborales’ y mucho menos siendo mujer y mucho menos cuando llegás a ‘determinada edad’ (ambas tienen más de 50 años hoy, no tienen título y trabajan!!).

Esta idea no tuvo el efecto de la imagen de mi nariz en el espejo, así que no activó nada, solo pasó y dejo un primer surco por donde vuelvo a pasar una y otra vez hasta el día de hoy.

Con el paso del tiempo, navegando terapias, leyendo de todo y conociendo gente diferente a lo que yo había sido hasta entonces, mi inteligencia empezó a tomar otro rumbo. Y toda la ‘capacidad’ que había usado para mostrar mi brillo intelectual, empezó a ser redirigida al cuestionamiento constante e incesante de todo lo establecido, a búsquedas que de tan profundas pierden el rumbo, y entendí que hay un tipo de inteligencia (a la que podríamos llamar “inteligencia distorcionada”) de la que no deberíamos enorgullecernos.

Es una inteligencia que va más allá de los libros y las buenas notas, que llena a la persona de percepciones acerca del mundo que la rodea, que permite incorporar simultáneamente un montón de conceptos contradictorios y encontrarle a todos ellos demasiado sentido. Es una inteligencia que no está tan evolucionada para ser ‘sabiduría’, es racional y se mezcla con emocional; y que no encuentra su lugar en el mundo, porque todavía quiere satisfacer expectativas ajenas, necesita ser vista sin mostrarse, y no puede evitar estar un poco pendiente de la aceptación. Es una integligencia que se vive haciendo preguntas sin respuesta, o con respuesta demasiado simple pero que no puede ver, y que maneja innumerables escenarios posibles para una situación que, en el mundo real, está destinada a ser tal como es. Es una inteligencia que elige un camino con exceso de información y sufre por las alternativas que, naturalmente, tuvo que descartar (y que, por supuesto, siempre son infinitamente mayores uno).

Cuando, en nuestra sociedad, tomo nota de la sobrevaloración de la inteligencia siempre pienso si no es mejor ser un poco menos ‘inteligente’ (al menos de esta inteligencia que yo digo) y un poco más ‘simple’.

A mí me encantaría ser más simple, cuestionarme menos, aceptar más las cosas como son, no paralizarme en la filosofia de ‘cuál es el sentido de esta vida?’, permitirme más inseguridades y más cosas placenteras sin considerar las consecuencias con tanto detalle, no tener siempre un plan B.

Muchas veces, la gente como yo, mira con desprecio a la gente “simple” (que no se enrosca) confundiéndola con ‘simplista’ (o desbolada), sin embargo yo los admiro bastante, y creo que están mucho más cerca que yo de una inteligencia verdadera, de una inteligencia con la que es posible convivir.

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